martes, 27 de octubre de 2009

Casi Rojo.

Las cartas de Ilana lograron alcanzarme esa tarde, la primera de otoño. Mi sala se encontró repleta de papeles, cubierta de sorpresas. Pude ver todas y cada una de las hojas que le escribí en algún momento: entre el azar de papeles encontré servilletas con recados, trozos de periódico inundados con reclamos y algunas fotos de Ilana desnuda.

Ese inicio de otoño pasé la tarde leyendo cartas que parecían venir de todas partes menos de mí, no podía reconocerme en aquellas frases repetitivas, llenas de encanto y condescendencia. La lectura comenzó a irritarme, era ofensivo creer que todo aquello había existido. Sin embargo cada papel contenía un recuerdo inscrito, lleno de espacio, como un observador sin restricciones podía moverme libremente mas no participaba en los actos, que eran ejecutados por personas relativamente parecidas a mí.
Hasta esa tarde pude preguntarme ¿con quién había estado saliendo Ilana? ¿Quién le escribía tantas y estúpidas cartas para justificarse?

Sé que volverás esta noche
Sobre ti, cabalgándote
Vendrán mis celos
Romperán todo.

Esos ínfimos cuatro versos los encontré en la esquina de un diario. Anunciaban la llegada tormentosa de Ilana. Reconocí al sujeto que escribía los versos esperando en el Aeropuerto Internacional, recordé aquella madrugada óxida, a los policías roncando recargados sobre paredes muy limpias, incluso podía verme sentado junto a aquél hombre compartiendo el frío pero no recordaba haber escrito aquello.

Las fotos mostraban el cuerpo desnudo de Ilana bajo un intrincado juego de luces y sombras, aquella iluminación no era casual pero no pude encontrar un significado prudente. Mis respuestas eran disparatadas: alguien ayudó a Ilana con la iluminación, por ende la miró desnuda, activó el obturador, acomodó las luces, sugirió posiciones, incluso pudo haber arrugado las sábanas nunca intactas bajo las cuales yo también dormí. Alejado, desde la cocina y sin mirarlas, las imágenes eran excitantes, ojos, labios, pezones con destino cierto: yo.

Si, me acosté con Ilana y esta tarde aquello es tenue, si digo que el sexo con ella fue un susurro estoy mintiendo, pero es justo.
Recuerdo con más nitidez que acostarme con ella era ser envuelto, todo en ella era un gesto de placer: sus olores, la delicadeza de sus gestos, lo terso de su cama. Ilana me poseía antes de aprisionarme entre sus piernas y dejarme abatido bajo el encanto de la seda.

Tal vez por eso continuo leyendo todos estos malditos trozos de papel desnudo, enredado bajo innumerables escenas, todas, sujetándome, reclamando.
Rostros todos despellejados frente a mí, cayéndose a trozos pestilentes.
Puedo recordar ese olor, casi rojo.

En siluetas el sonido de acordeones se asoma, es una carta sin fecha.
Un centenar de aves cruza el tiempo sin engranes de la tarde, es Antigua.
Sus manos en algún punto sujetan las mías, sus pasos. Caminamos la pequeña plaza y su kiosco. Las paredes casi derrumbadas del palacio municipal reflejan algo que no entiendo a leer. Seguimos caminando sobre adoquines, Ilana no dice nada. En cambio en la carta alcanzo a leer:

Sobre mi carne
Se extienden tus pasos
Manchas ennegrecidas
Golpes íntimos

Lleno de marcas
Pierdo el rumbo
No te alcanzo



Cuando volvemos al hotel el cielo se ha nublado, el volcán se esconde e Ilana no se desnuda. Alcanzo a leer que discutimos, pero deseo saber más sobre ese cuerpo.