domingo, 26 de abril de 2009

No, no tenía tantas balas.

El cuarto se cubrió de disparos. Pol se vio desconcertado, fatigado, naufragó sobre ideas desesperadas que se redujeron a un escape con suerte y los sobresaltos propios de matar a un mandatario. ¿Cuánta importancia en la cabeza de un gordo que predicaba amor y te manoseaba por detrás?

Con las manos cubiertas de sangre caminó unas calles para perderse, el sonido de las sirenas cubría con intensidad la noche, salir de ahí sería más difícil.
Pol tomó la avenida principal caminando en dirección contraria a los autos, no corría, paso tranquilo sometía el ansia de disparar a todas partes. La calle se volvía intensamente fría, se alargaba prolongando desvaríos en el cuerpo sudado de Pol.
Ni una tienda abierta, nada. Los pasos siguen perdiéndose dentro del pavimento, cada nuevo sonido de los zapatos es la ansiedad de un disparo reprimido ¿y si enfrentaba a los policías uno por uno? No, no tenía tantas balas.

Mientras Pol jugaba haciendo preguntas, el cuerpo policial hizo una ronda de veinte minutos, revisaron algunas calles cercanas a la casa de Joaquín Sigüenza, líder del grupo del centro en el Congreso Nacional, un tipazo.
Al término de los veinte minutos mínimos de búsqueda, la policía decidió irse, objetando que el asesino debía ya haber tomado otro rumbo.

Ya no se escuchan todos los ruidos estridentes producidos por una patrulla, las piernas del asesino se relajan, el pulso vuelve a tomar el ritmo habitual. Tendrá que caminar todavía una hora más, después de matar es tentador pararse frente a otro desconocido con la sangre tan espesa y no reparar en justificaciones. Solo, sin nada más, el cañón de un arma puede cambiar el mundo.

Despejado y casi amaneciendo Pol entra a casa, desea dormir tan pronto se encuentre con su cama, no será posible. En el momento en que abre la puerta suenan tres disparos, conoce el arma, es su calibre veintidós. Las balas perforan la puerta, desde un orificio Pol ve a Alejandra parada con el arma sostenida con ambas manos, tardó en reconocerla por el nuevo color de pelo, parecía otra.
- ¡Qué te pasa! - Gritó Pol y la respuesta fue otra ráfaga de disparos al azar. Estás de la verga, ¿que chingados te pasa me quieres matar?
- ¿no sabes que me molesta mucho que llegues tarde? Alejandra se acerca a la puerta y la abre, del otro lado Pol-confundido deja guiar su cuerpo cansado de la mano de Alejandra que lo lleva a cama, comienza a desnudarlo. Los parpados comienzan a cerrarse con la voluntad de las manos de una mujer sobre su cuerpo, de pronto un golpe seco y agudo en la nuca de Pol lo hace caer inconsciente. Alejandra ha golpeado, de nuevo todo huele a pólvora.