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martes, 27 de octubre de 2009

Casi Rojo.

Las cartas de Ilana lograron alcanzarme esa tarde, la primera de otoño. Mi sala se encontró repleta de papeles, cubierta de sorpresas. Pude ver todas y cada una de las hojas que le escribí en algún momento: entre el azar de papeles encontré servilletas con recados, trozos de periódico inundados con reclamos y algunas fotos de Ilana desnuda.

Ese inicio de otoño pasé la tarde leyendo cartas que parecían venir de todas partes menos de mí, no podía reconocerme en aquellas frases repetitivas, llenas de encanto y condescendencia. La lectura comenzó a irritarme, era ofensivo creer que todo aquello había existido. Sin embargo cada papel contenía un recuerdo inscrito, lleno de espacio, como un observador sin restricciones podía moverme libremente mas no participaba en los actos, que eran ejecutados por personas relativamente parecidas a mí.
Hasta esa tarde pude preguntarme ¿con quién había estado saliendo Ilana? ¿Quién le escribía tantas y estúpidas cartas para justificarse?

Sé que volverás esta noche
Sobre ti, cabalgándote
Vendrán mis celos
Romperán todo.

Esos ínfimos cuatro versos los encontré en la esquina de un diario. Anunciaban la llegada tormentosa de Ilana. Reconocí al sujeto que escribía los versos esperando en el Aeropuerto Internacional, recordé aquella madrugada óxida, a los policías roncando recargados sobre paredes muy limpias, incluso podía verme sentado junto a aquél hombre compartiendo el frío pero no recordaba haber escrito aquello.

Las fotos mostraban el cuerpo desnudo de Ilana bajo un intrincado juego de luces y sombras, aquella iluminación no era casual pero no pude encontrar un significado prudente. Mis respuestas eran disparatadas: alguien ayudó a Ilana con la iluminación, por ende la miró desnuda, activó el obturador, acomodó las luces, sugirió posiciones, incluso pudo haber arrugado las sábanas nunca intactas bajo las cuales yo también dormí. Alejado, desde la cocina y sin mirarlas, las imágenes eran excitantes, ojos, labios, pezones con destino cierto: yo.

Si, me acosté con Ilana y esta tarde aquello es tenue, si digo que el sexo con ella fue un susurro estoy mintiendo, pero es justo.
Recuerdo con más nitidez que acostarme con ella era ser envuelto, todo en ella era un gesto de placer: sus olores, la delicadeza de sus gestos, lo terso de su cama. Ilana me poseía antes de aprisionarme entre sus piernas y dejarme abatido bajo el encanto de la seda.

Tal vez por eso continuo leyendo todos estos malditos trozos de papel desnudo, enredado bajo innumerables escenas, todas, sujetándome, reclamando.
Rostros todos despellejados frente a mí, cayéndose a trozos pestilentes.
Puedo recordar ese olor, casi rojo.

En siluetas el sonido de acordeones se asoma, es una carta sin fecha.
Un centenar de aves cruza el tiempo sin engranes de la tarde, es Antigua.
Sus manos en algún punto sujetan las mías, sus pasos. Caminamos la pequeña plaza y su kiosco. Las paredes casi derrumbadas del palacio municipal reflejan algo que no entiendo a leer. Seguimos caminando sobre adoquines, Ilana no dice nada. En cambio en la carta alcanzo a leer:

Sobre mi carne
Se extienden tus pasos
Manchas ennegrecidas
Golpes íntimos

Lleno de marcas
Pierdo el rumbo
No te alcanzo



Cuando volvemos al hotel el cielo se ha nublado, el volcán se esconde e Ilana no se desnuda. Alcanzo a leer que discutimos, pero deseo saber más sobre ese cuerpo.

domingo, 23 de agosto de 2009

Maldito amarillo

Los Delicados se han terminado por completo, el humo que desprendo no tiene valor. ¿Cuántos cigarros se han terminado al mismo tiempo? El mundo me parece pequeño e insolente. Me llamo Saúl, me parezco a mi padre, soy el último rostro de una cadena estúpida.

Me perturba escuchar que la gente se acerque y me diga que han encontrado alguien parecido a mí:

-¡te vi caminando el otro día!

-No era yo

- pero si eras igualito, ¿por qué no me hablaste?

Si pudiera responder con franqueza habría dicho que ninguno de mis otros responde al saludo de mis desconocidos, que a su vez vienen a mí para solucionar lo que no me importa.

Es terrible parecerme al mundo, pensar que un maldito amarillo acaba de terminarse los cigarros, creer que otro jodido caucásico es confundido con un bolillo.

Ya no hay gatos en mi casa, no sé qué hacer mientras decenas de miradas ocasionales me embisten, no quiero preguntarme sobre nada, ni pensar en nadie.

jueves, 13 de agosto de 2009

Poco a poco, los maullidos se reducen

Sobre el espejo no se refleja ningún ruido, encerrado en la imagen Saúl ve sus gestos: que formas tan raras puede adquirir la carne. Sus líneas de expresión son el recuerdo de algo que pudo haber sentido, la suposición de que aquél que lo mira desde el reflejo es un condenado.

Sin dejar de confrontar el espejo apaga la luz, el contorno oscuro resultante le parece más familiar aun, intrigado se acerca, mira con detalle… no hay nada. El maullido de cuatro pequeños felinos hace que vuelva a encender la luz, en la sala, apretujados dentro de una caja de cartón los gatitos lloran y se mueven con torpeza. ¿Será mejor matarlos o darles de comer? El refrigerador es ahora la respuesta, cuando la puerta se abre un fétido olor a vacío determina la suerte de los gatos.

Poco a poco, los maullidos se reducen ¿Dónde está Plutón? Saúl vuelve al espejo… la imagen es la misma, ningún ruido, aquél esclavo sigue impávido.

domingo, 26 de julio de 2009

Me caga esperar

En mi vaso sólo pueden verse dos hielos que sucumben al whiskie que bebo, te espero recargado en una pared de concreto enorme y blanca. En el centro de la fiesta la gente te rodea con intenciones halagadoras. Me caga esperar, me exaspera ver a la gente rodeándote, pidiéndote besos, alabando algún defecto corregido.

El hielo, el vaso y el whiskie siguen mezclándose en mi mano izquierda, todo el tiempo del mundo transcurre desagradable.

jueves, 25 de junio de 2009

505

Mi mano izquierda vacía en el aire abre la puerta del cuarto 505. No hay llantos esperando ni palabras bondadosas que llenan de baba las paredes. Nunca entro, sólo espero que al abrir la puerta de pronto cambie algo, algún olor fétido, una persona sumergida entre las sábanas, una ventana abierta, algún cuadro nuevo; pero eso nunca pasa.

La alfombra roja y barata es la misma, el desorden de los pocos muebles que dan vida al cubo de concreto se mantiene estoico, imperturbable.

Desde el umbral de la puerta mis recuerdos se van vaciando apoderándose por segmentos de la habitación 505. Veo tiradas bajo la cama las medias negras que cubrieron lo que fueron tus piernas, lo que fue mi tacto. Aquél lugar será siempre un encuentro y una amenaza bailando en círculos muy apretados.

Quiero cerrar la puerta, no hay aire y tampoco hace frío. Repleto de memoria repaso los movimientos que deseo y estos han cambian: soy otro espectador que ve la función de si mismo con vergüenza y ridículo. Me alejo de la puerta 505. El número da vueltas por mi cabeza como un grupo de corderos rumbo a la muerte.

miércoles, 17 de junio de 2009

La noche es templada

Los escarabajos forman una línea, Saúl observa, cada punto negro es un recuerdo bien vivo, lleno de patas. Camina bajo las luces acomodadas donde otras ideas se consumen, no tiene rumbo. En silencio la calle se va poblando de pasos que se pierden al instante.

Durante toda la tarde ha esperado que la calle se torne vacía, pero cuando el último transeúnte se marcha no sucede nada. Sus ideas vuelven a rebotar dispersas sobre las paredes de los edificios de donde cae un polvo muy fino, sacudidas como por un temblor las estructuras vuelven a estar quietas. Saúl sigue su paso, los escarabajos boca arriba luchan por voltearse; el movimiento de sus patas simula una caminata sobre el aire, siempre a ninguna parte.

El calor que ha guardado en los bolsillos lo entretiene, la noche es templada y hay luna, no la mira, piensa en Plutón. La falsedad del nombre no lo abruma ¿qué problema puede haber si Plutón ya no es planeta? Suspendido ahí, en medio del frío estelar, Plutón y sus hipotéticos habitantes no existen más para la comunidad científica. Su comportamiento-dicen- dista de ser como el de un planeta normal.

Saúl no lo sabe, pero todos los días su orbita se aleja de lo que predeciblemente llamamos persona. Sus rondas nocturnas no intrigan a ninguna especie excepto a Elena que lleva dos días durmiendo en el trabajo. A través de los barrotes aquél hombre delgado parece un esquizofrénico que mira al cielo mientras los escarabajos llueven, Elena bebe del chocolate que recién ha preparado. ¿Y si lo invito a pasar? Se pregunta. Alentada por lo desconocido lo sigue viendo, Saúl enfrascado en su búsqueda plutoniana no se da cuenta de nada.
Para Elena las tardes de la última semana ha sido un ajetreo inconsciente, sólo muchas cosas que hacer y poco tiempo. Ninguno de sus actos ha tenido que ser evaluado ni meditado, sus responsabilidades se han apropiado de ella.

El chocolate que bebe mientras observa a Saúl es sólo un líquido espeso y caliente que le recuerda algo a su cuerpo. Aquella noche debía estar en casa, aquella noche esa taza viscosa y caliente debía llamarse de alguna manera, debía decirle que era hora de un descanso, debía hacerla olvidar.

sábado, 6 de junio de 2009

Tú luces mejor que ellas

El umbral era una frontera protegida por un par de tacones altos. Una provocación.
Al verla, reducida al púrpura de su ropa interior sintió que miraba otra persona. Su atracción provenía desde un hueco profundo, inalcanzable. Observarla era distorsionarse siempre, pero qué podía hacer, ¿dónde guardar aquél impulso tan parecido a la sangre de un muerto?
Las preguntas hacían más lento el tiempo, dejados ahí lucían como una foto potencialmente erótica, nada más. No había en ni en el color ni en la forma algún rastro de familiaridad, ambas, imagen y realidad eran frías, sin viento, en silencio.
A la espera de la primera palabra apagó la única luz encendida en el departamento, la del cuarto.
- De nuevo a oscuras
- ¿dónde estabas?
- Con unas putas
- ¿y bien?
- Tú luces mejor que ellas.

jueves, 4 de junio de 2009

pol aun no llega

Pol despierta entre cuerpos desnudos. Fatigado, su primera idea tiene nombre. El aire aun denso del cuarto le recuerda vaginas, cigarros, alcohol y gritos.
Piensa en esperar, la cabeza aun le da vueltas y hay dos piernas ajenas sobre su cuerpo. La ciudad huele a resaca y bocas secas.

Cuando Alejandra por fin llega a casa todo es orden y frío, parada en la entrada observa todo con detenimiento. No está triste. Pero no le convencen las paredes, no le agrada la cocina; la puerta de su cuarto con orificios de bala le parece ofensiva, que mamona.
En su cuarto, mientras se desnuda, el sonido de las prendas sobre su cuerpo inunda las paredes, con calma, la tarde envuelve el mundo. Pol aun no llega.
Se percata que piensa en Pol sin pensar hacerlo, toda su ropa interior se la había comprado él mientras jugaban a cumplir deseos idiotas. Le preguntó qué deseaba de regalo, ella, recordó su casa de muñecas y lo divertido que resultaba intercambiarles las pantaletas. Pidió entonces muchos calzones.
Aquella compra había resultado un viaje maravilloso a un centro comercial. Las pantaletas habían logrado una buena tarde: Mientras Pol la veía modelar los encajes no recordaba nada, la memoria aun no comenzaba su trabajo, todo era nuevo y reluciente.

Ahí en el cuarto, viendo el cesto lleno de bragas quiso quemarlas todas. ¿Por qué será el fuego el que termine con todo?

martes, 19 de mayo de 2009

sin maquillaje

Alejandra camina por las calles. Indiferente se sabe observada ¿Dónde quedaron los reclamos del matón de su novio? Sin reflexiones ni maquillaje la niña sale a la calle a recoger girasoles. Se deja, se abandona. Una mujer sola en la calle es una advertencia.
Los aparadores la traen, la frialdad de los maniquíes, el aroma a nuevo, la luz artificial que agranda sus ojos. Entra a la tienda, fascinada comienza a entristecer.
¿El vértigo de un hombre, su mirada, sus manos firmes podrán ser más que ella misma?
La niña ha comenzado a sentir los pulsos de un corazón dormido en una tienda con ropa siempre nueva. Alejandra entra a los vestidores a llorar lo poco que sabe, sus lágrimas son de aire.

domingo, 17 de mayo de 2009

Tus piernas no son sagradas

Caminamos sobre la amplitud de la noche, me pregunto ¿qué chingados haces junto a mi?
Muy en el fondo no quiero estar sobrio, no quiero tener que soportar tus estúpidos berrinches. ¿Por qué te respeto? El día que me canse de hacer preguntas también habrán salido mis ojos de sus cuentas.
Mientras miro al cielo no siento que estés caminando a mi lado, escucho tus tacones como animales que se comunican produciendo un toc-toc en intervalos.
Alejandra tus piernas no son sagradas.
-No quiero caminar más.
Entré a un bar cercano con la intención de besuquearme con una desconocida. No quiero saber nada de la boca que froto, no quiero preocuparme.
En la barra pido sin pensarlo un Vodka Tonic. El bar tender es un joven moreno, pelo negro. Alejandra se sienta a mi lado derecho, a mi izquierda una mujer de tez blanca mira el vaso que comienzo a beber, prende un cigarrillo, me ofrece de su cajetilla y sonriendo me acerco a besarla. Cierro los ojos, escucho todas las voces y no dicen nada. Estos labios que beso y saben a tabaco no me causan nada.
Me separo, a qué te dedicas me pregunta la chica, soy asesino, se ríe, fuma. Con esa forma de besar puedo creerte. Un cumplido que escucha Alejandra mientras grita ¡Zorra!
Para mi fue como escuchar ¡Hola!

Seguí bebiendo Tonic, seguí besando desconocidas. Poco a poco mi conciencia fue volviéndose blanda.

- Te gusta besar zorras verdad
- si, creo que si- respondí ebrio
- ¿A qué saben?
- A ti pero con menos pedos

Me gusta ofenderla pero no se va, qué ha pasado con ella.
¿Qué será?

túneles

He visto todos los rostros de esta fiesta, Alejandra baila perdiéndose entre ellos, su vestido negro hace que me sienta más enervado.
Todas las heridas de la noche anterior acabaron con 4 puntadas en la nuca.
Abro las puertas blancas del departamento en que estoy metido, esta puta fiesta es similar a muchas otras: música, sustancias y otra conciencia.
En el fondo estoy cansado de repetir el mismo nombre, perdido en un circulo pensando en lo mismo, desesperado salgo del piso que se encuentra en lo más alto de un edificio del centro. Alejandra corre tras de mi, su escándalo de niña consentida hace que sienta los pasillos más anchos y blancos, sólo túneles

El dedo me señala, yo pienso que detrás hay un vestido, debajo unas bragas y después un golpe muy bajo. Su cuerpo tiene las cualidades de un arma de la cual no puedo protegerme.
Pero es sólo eso, su cuerpo.

Ignorando sus ladridos bajo las escaleras y pronuncio una oración vil, quiero deshacerme de ella. Soy un cobarde.

domingo, 10 de mayo de 2009

una mancha, nada que yo conozca

La almohada cubierta de sangre, los ojos seducidos por la idea de luz son reprimidos. Pol se siente mareado por la pérdida de sangre, a su costado derecho Alejandra lo observa.
El cuarto ha quedado cubierto, es una mancha intensamente negra que huele a pólvora quemada y perfume español. Bajo la mancha dos cuerpos descansan, afuera todo es aterrador.

Alejandra no puede responder las preguntas que emergen de aquél cuerpo como pequeños hilos de sangre que bajan por la almohada, simulan palabras que se construyen gota a gota.
Ella, estática, no imagina respuestas. Acaricia al hombre ¿Será su tacto la respuesta? Recargando la mano sobre el rostro de Pol, insiste pero no hay nada.

Impávido, ve a Alejandra, ¿será dolor? no lo cree. Verla es incertidumbre, tumbado, siente que su cuerpo no encaja. ¿Dónde estoy sin Alejandra? Aquello frente a mí es únicamente una mancha, nada que yo conozca.
La certeza del tiempo, la sucesión de hechos, nubló cualquier certeza. Aquella noche tenían que volver a ser animales, comer carroña, reírse infatigables. Dos manchas mostrando los dientes sin miedo y cansancio.

domingo, 26 de abril de 2009

No, no tenía tantas balas.

El cuarto se cubrió de disparos. Pol se vio desconcertado, fatigado, naufragó sobre ideas desesperadas que se redujeron a un escape con suerte y los sobresaltos propios de matar a un mandatario. ¿Cuánta importancia en la cabeza de un gordo que predicaba amor y te manoseaba por detrás?

Con las manos cubiertas de sangre caminó unas calles para perderse, el sonido de las sirenas cubría con intensidad la noche, salir de ahí sería más difícil.
Pol tomó la avenida principal caminando en dirección contraria a los autos, no corría, paso tranquilo sometía el ansia de disparar a todas partes. La calle se volvía intensamente fría, se alargaba prolongando desvaríos en el cuerpo sudado de Pol.
Ni una tienda abierta, nada. Los pasos siguen perdiéndose dentro del pavimento, cada nuevo sonido de los zapatos es la ansiedad de un disparo reprimido ¿y si enfrentaba a los policías uno por uno? No, no tenía tantas balas.

Mientras Pol jugaba haciendo preguntas, el cuerpo policial hizo una ronda de veinte minutos, revisaron algunas calles cercanas a la casa de Joaquín Sigüenza, líder del grupo del centro en el Congreso Nacional, un tipazo.
Al término de los veinte minutos mínimos de búsqueda, la policía decidió irse, objetando que el asesino debía ya haber tomado otro rumbo.

Ya no se escuchan todos los ruidos estridentes producidos por una patrulla, las piernas del asesino se relajan, el pulso vuelve a tomar el ritmo habitual. Tendrá que caminar todavía una hora más, después de matar es tentador pararse frente a otro desconocido con la sangre tan espesa y no reparar en justificaciones. Solo, sin nada más, el cañón de un arma puede cambiar el mundo.

Despejado y casi amaneciendo Pol entra a casa, desea dormir tan pronto se encuentre con su cama, no será posible. En el momento en que abre la puerta suenan tres disparos, conoce el arma, es su calibre veintidós. Las balas perforan la puerta, desde un orificio Pol ve a Alejandra parada con el arma sostenida con ambas manos, tardó en reconocerla por el nuevo color de pelo, parecía otra.
- ¡Qué te pasa! - Gritó Pol y la respuesta fue otra ráfaga de disparos al azar. Estás de la verga, ¿que chingados te pasa me quieres matar?
- ¿no sabes que me molesta mucho que llegues tarde? Alejandra se acerca a la puerta y la abre, del otro lado Pol-confundido deja guiar su cuerpo cansado de la mano de Alejandra que lo lleva a cama, comienza a desnudarlo. Los parpados comienzan a cerrarse con la voluntad de las manos de una mujer sobre su cuerpo, de pronto un golpe seco y agudo en la nuca de Pol lo hace caer inconsciente. Alejandra ha golpeado, de nuevo todo huele a pólvora.

domingo, 29 de marzo de 2009

Los animales no lucían tristes

Durante algunas horas me cuestiono sobre el cuerpo que yace a mi lado. Es, sin dudarlo el cuerpo de Alejandra. Todas las correspondencias de la desnudez. Pero, hay algo de maligno y nuevo en sus contornos. ¿Qué?

Mis presentimientos han circulado toda la tarde, atados a mi inconsciente mientras un simio se apoderaba de mis actos: después de las pendejadas del parque fuimos al zoológico, la ilusión de mi perra era ver animales enjaulados.
Recordé a mi rata (¿o a mi mismo?). Los animales no lucían tristes. ¿Quién luce triste en un hotel con todos los servicios? Nadie.
El placer de Alejandra viendo animales holgazanes me produjo asco. Verme sometido a los caprichos de una pinche burguesa en un zoológico era encerrarme con los animales. No hice nada.

Una comida (cara) después de ver animales (webones) demuestra mi falta de carácter. Era yopendejo armando de nuevo un teatro absurdo, inútil, que acabaría con los labios de Alejandra sometidos a mi cuerpo. Intoxicado tuve que cogérmela para restregarme todos los errores. El café de la mañana terminaría con mi eyaculación, extendida hasta mis preguntas.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Vueltas por idiota

Salimos, caminamos rumbo al parque cercano. Me preguntó cómo estaba, ¿sabes que murió el Ratón? El mejor boxeador del mundo. Respondí. Su rostro se desfiguró ante mi respuesta, ella esperaba que aceptara la tregua idiota de mostrar un poco de urgencia, no lo hice.
Al parecer el asalto era mío, no lo fue. Alejandra descubrió en mi evasión la debilidad de verla directo, de confrontar todas mis botellas de vodka justo en su cara. No lo hice, tras su mirada mi comportamiento se volvía el intento inútil de la rata que da vueltas por idiota.

La inutilidad de mis actos frente a sus piernas me hizo volver a los recuerdo de mi infancia, me traía de súbito la humedad de mi sangre manchando la camisa blanca, recién planchada, nada podía hacer ante los golpes del gonza.

Los golpes de Alejandra esa tarde fueron maravillosos, pequeños gestos, miradas destructivas, riquísimas. Dos horas antes me mentaba la madre, me llamaba mal parido, sometía mi virilidad a todos los dogmas. Ahora, sentada junto a mí busca tocarme. Basura, sus actos son una mierda dirigida desde lejos, lo pienso, pero, ninguna idea puede alejar su boca de la mía.

martes, 24 de marzo de 2009

Un conejo

Mientras todas las cosas encajaban en su sitio, Alejandra sentada frente a mi se alzaba impávida. El destino casual de nuestro encuentro fue una puta formalidad. La nena había olvidado su secadora parisina, no podía esperar menos.
Secadora en mano llegué al lugar acordado, todo normal. La primera mirada somete las piernas alejandrinas al escrutinio de un cirujano, parpadeo, falda corta, labios pintados (de cualquier color), reloj (hermoso), lentes oscuros, brazos descubiertos.

No recuerdo las cosas que pudimos haber dicho pero al estar sentados, por un acto reflejo, alcé la secadora para llevarla justo en la frente de lo que para mi era un conejo enfermo y lleno de miedo. ¡Pum! Exclamé. El conejo no salió huyendo, en cambio emitió un sonido: ¡Eres un pendejo! Alejandra, reluciente, comenzó a insultarme, repasó todos mis defectos. La ilusión de sus ademanes en el aire hizo que tuviera una de mis más inexplicables erecciones, me sentí ridículo. La mujercita perpetraba la paz del café y del mundo.

lunes, 16 de marzo de 2009

sólo una rata

Trato de mantener en calma mis pensamientos. Es inútil, el sol desgarra un horizonte oxido, lleno de mugre. Sólo por eso la mano se me calienta, busca el arma que hoy no llevo conmigo. He decidido comprar una mascota para ahorrarme el ocio, el alcoholismo y las estupideces. Pienso en un gato o en una rata horrible. La idea de comprar un animal nació desde una pregunta ¿fui un animal enjaulado mientras conviví con una mujer llena de mugre?
A mi juicio lo fui y ahora deseo experimentar el otro lado. El perverso ojo manipulador, la mano omnipresente que determina el devenir. En la tienda de mascotas los animales lucen desinteresados por su futuro, se parecen a mí.
Veo los gatos, los perros, los reptiles. Me siento identificado. En la caja pago por una rata pequeña y con los cachetes flexibles (al fin una diferencia). Al salir me doy cuenta que el roedor necesita más que mi beneplácito para vivir, vuelvo, compro una jaula, aserrín y comida. Mi nuevo inquilino tiene todo para soportarme.

He mirado a mi rata durante una hora: come, da vueltas, se agazapa temeroso entre en aserrín y sus meados. Huele todo, de vez en vez se da un golpe con la jaula, vuelve a dar vueltas y el ciclo se repite con ligeras variaciones.
Me pregunto si a la entrada de una hembra en su jaula mi amigorrata se volvería un imbécil. Me sentí superior a todos los animales hasta este día. Mi existencia sujeta a los mismos actos monótonos me produce mareo.
La muerte se ha vuelto para mi un cumulo de aserrín cubierto de meados de rata. Me doy cuenta y el animalito continua con la rutina. ¿Debo limpiar mi casa?
Las preguntas vuelven a someterme.

domingo, 8 de marzo de 2009

presente

Ese mismo día soñé que Alejandra abría una puerta y me abrazaba. Desprovista de todas sus armas, de la risa malévola que algunas veces me regaló, parecía indefensa.
Mientras ella se ajustaba a mi la creí más pequeña, como si algo la hubiera desgastado, en realidad era la falta de luz la que resaltaba mis proyecciones.
Cuando se apartó, pude ver el orden perfecto que ocupaban las prendas en su cuerpo: las uñas pintadas, inmaculadas, las muñecas frágiles y los lunares en su sitio. Usaba todo lo que yo hubiese querido quitarle después de decirle hola, cómo estás.
Se escurrió dentro de la casa y no terminé de entender las palabras que salieron de su boca porque la escena cambiaba. En mi sueño se mezclaban recuerdos reales y fabulaciones. Todas las imágenes eran por tanto más violentas.
La imagen comenzaba con Alejandra y una playera enorme como única defensa de su cuerpo ante el mío, ella entraba a la cama deslizando con cuidado las sábanas. Cuando la sensación estaba a punto de completarse con su cuerpo desnudo rozando el mío, un golpe de tristeza hizo las escenas más normales. Alejandra con las uñas descoloridas, el rostro pálido, semimuerto. Nada había ya del pasado en su cuerpo. Ella se consumía irremediablemente en un presente con olores a vómito.

domingo, 25 de enero de 2009

común y corriente

La tarde comenzó tan gris como siempre. Necesitaba matar por rencor y dinero, dos bueno motivos. Salí resignado, los ojos rojos, las manos frías, odiando la ciudad.
Me sentía enfermo matando sin un motivo aparente y todo parecía vagar por un absurdo, no entendía una tarde de balas sin recibir a cambio los pies de Alejandra, su perfume y lo terrible de sus platillos. Aun así yo caminaba otra tarde y mi trabajo fue sencillo y discreto.
Me quedé escondido, me expuse dispuesto a ver quién descubría al muerto, de pronto tenía ganas de saber qué ocurría después de mis actos. No pasó nada, esperé medio día, escondido, tenso. Al asesinado (un doctor) nadie lo buscó.

sábado, 10 de enero de 2009

Vómito negro

Ya en casa tomé una ducha triste, aquellos mármoles rosas eran la frivolidad decorada de Alejandra, un capricho al que mi baño y mi cartera habían sucumbido. Hubo muy pocos caprichos que disfruté realmente, creo que lo que verdaderamente me producía alegría era poder complacerla, aunque sus peticiones rayarán lo absurdo: llegué a comprar un colmillo de marfil de elefante africano sólo para decorar nuestro cuarto; al recordar esto en la ducha me dio rabia y al mismo tiempo extrañé los días en que mi vida no era una rutina sanguinaria gracias a los disparates y caprichos de Alejandra.

Terminada la ducha, desnudo, fui a la cocina por un vaso y algunos hielos, volví a la sala y frente al televisor comencé a beber.

Pronto, sin darme cuenta, me sentí un poco ebrio y recordé a mi última victima. Por alguna razón había violado las dos únicas reglas que me había impuesto: no usar más de un disparo y sobre todo, no tener mas interacción que el propio asesinato, esto quiere decir que por ningún motivo hablaba o escuchaba a mis victimas. Nunca tuve necesidad de oír lamentos o suplicas por el simple hecho de ser rápido y certero.
Esto lo aprendí matando cerdos, era muy incomodo y desagradable tener que soportar el llanto de un chancho al que no se mataba con certeza. Si el cuchillo no cumplía con el trayecto adecuado aquello se volvía una tortura: el cerdo llorando incansablemente, alborotado, manchándolo todo con la sangre espesa y hedionda.

Mi castigo ahora no era el llanto espantoso de un cerdo, si no el rostro de una victima clavado en la memoria repitiendo un sin fin de reproches, recordándome el por qué del abandono de mi chica y sobre todo generando preguntas inútiles acerca de la muerte.

Para mi matar no es un acto de soberbia, nunca me he sentido más que una victima, tampoco es una labor mesiánica de limpieza, simplemente no sé hacer nada mejor que matar. Nunca he sentido culpas y eso se debe a que no me pregunto muchas cosas, sólo tomo los datos, elaboro un plan de acción y ejecuto como un carnicero que tiene que cumplir con su trabajo.
Sin embargo, ese día mientras la cara del Actor venía a mi envuelto en las ráfagas que me producía el vodka, me sentí algo culpable, sobre todo porque al dispararle tantas veces admití el dolor que Alejandra me infligía, reconocí que ningún disparo me había lacerado tanto como aquellos pequeños labios mordiendo todos los recovecos de mi cuerpo.

Seguí bebiendo, cada trago me embriagaba más y sobre todo me hacía sentir miserable y estúpido, al poco rato vomitaba con fruición los mármoles rosas de Alejandra. Me enderecé, fui al cuarto y extraje mi calibre 22 con silenciador, volví al baño y disparé a los mármoles, fueron las balas más caras y amargas que salían de mi pequeña arma.
Terminé mi cartucho, tiré en el cesto de basura mi arma, volví a la sala, bebí otro vaso y un sueño remoto e incomodo comenzó a llevarse mis miembros y los dos gramos de conciencia que se aferraban al ultimo trago de vodka, eras las 12 del día.

Cerca de las 2 de la tarde, inundado en alcohol, soñé que una serpiente subía por mi pierna; la piel fría del animal me recordaba la distancia que se abría entre el cuerpo de Alejandra y el mío. Yo trataba de matar a la serpiente disparándole proyectiles pero era inútil, dispararle era destrozar mis miembros, era dispararme.
Desperté sólo porque no he descubierto la manera de vomitar dormido, la cabeza me daba vueltas y yo sólo pensaba en Alejandra. Me encontraba sumergido en el borde final de las cosas, ni mi rencor ni mi embriagues tenían otra frontera, era yo y el recuerdo de una mujer con las uñas siempre bien pintadas, con el pelo bien recogido y sobre todo con ropa interior perfumada.

La primera vez que me acosté con ella fue difícil desnudarla sólo por el aroma de sus bragas, muchas noches concilié el sueño durmiendo entre sus piernas, frotando sus suaves bellos púbicos en mi rostro. Ella sujetó entonces mi miembro dormido y no sucedió nada, yo sólo deseaba un poco de calor, un solo gramo de compasión.

El vómito era negro y con ligeros trozos de galleta de chocolate, era todo, no había dentro de mí más que eso. Me dejé caer y dormí sedado, profundamente, el olor de Alejandra aun inundaba mi casa.

domingo, 4 de enero de 2009

Pol Kurkefá

Con la boca pastosa y con varios días sin aseo salí a la calle. Hacía dos meses que no sabía nada de Alejandra, a pesar de poder escribirle un e-mail o marcar a casa de su madre, había decidido no hablarle, no buscarla, no seguir respondiendo a los torbellinos que me acosaban cada que su nombre se construía como un monstruo en mi interior.

En la calle, caminando, me di cuenta del orden que sujetaba las cosas: las tiendas abiertas, los puestos de flores en algunas esquinas funcionando sin problemas, los policías con las mismas rondas inútiles, los perros buscando bolsas de basura sin dueño para desgarrarlas a su antojo, los árboles igualmente tristes. Todo funcionaba a la perfección sin que yo lo supiera. La crisis enmudecía a los bancos pero aun no mermaba la condición cotidiana las cosas.

Cegado por el hecho de un abandono, recorría las calles cercanas a mi casa. El que Alejandra me dejara suponía para mí dos cosas: que no me amaba y sobre todo que no aceptaba mi forma de vida: la de un asesino profesional y en forma. Con su partida ella disparaba las balas de una muerte ficticia, tomaba el revolver y disparaba hasta el cansancio sobre los restos de un rostro desfigurado (el mío).

De alguna manera creo que Alejandra nunca pudo ver en mí otra cosa que una mancha abstracta, lo creo porque a pesar de lo extraordinario que era acostarme con ella, los últimos dos meses fueron asquerosos, sobre todo quedarnos juntos todo el día en casa. Ir a matar gente desconocida me salvaba de llegar a casa con deseos de saciar mi odio humanitario en su cuerpo andrógino y lleno de traumas infantiles que poco a poco fui descubriendo como las calles que caminaba en ese momento.

Reencontrarme con el exterior me producía una sensación agridulce, después de matar al Actor decidí suspender mis servicios momentáneamente, después de todo la única calma tras el abandono de Alejandra estaba en mis finanzas, no había gastos excesivos y estúpidos, pero sobraban noches de áspera vigilia.
Tendido sobre la cama dejé correr el tiempo con mi arma sobre el pecho, serio, encajada la vista en el vacío, sin pensar en ella, sólo recreando escenas pasadas. Muy rápido me di cuenta que el pasado y ella eran más hediondos que la soledad que me tocaba encarar de nuevo. En silencio y en dos semanas comencé a odiar a la chica tonta que había conocido un año atrás.

Cuando crucé la calle rumbo a la tienda de licores me di cuenta que llegaba ahí con la misma inercia con la que un terrible deseo se apoderaba de mí: Asesinarla.

Pedí Vodka al tendero porque si algún licor regurgita lo que siento ese es el aguardiente ruso. Volví a casa con la botella guardada en una bolsa de papel y con la idea novedosa y tímida de clavarle todo mi rencor envuelto en plomo a la última chica que me había acompañado.
Me detuve en otra tienda y compré galletas de chocolate. Volví a casa dispuesto a terminar con la botella y con Alejandra, las galletas lo harían más dulce sin duda alguna.