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jueves, 25 de junio de 2009

505

Mi mano izquierda vacía en el aire abre la puerta del cuarto 505. No hay llantos esperando ni palabras bondadosas que llenan de baba las paredes. Nunca entro, sólo espero que al abrir la puerta de pronto cambie algo, algún olor fétido, una persona sumergida entre las sábanas, una ventana abierta, algún cuadro nuevo; pero eso nunca pasa.

La alfombra roja y barata es la misma, el desorden de los pocos muebles que dan vida al cubo de concreto se mantiene estoico, imperturbable.

Desde el umbral de la puerta mis recuerdos se van vaciando apoderándose por segmentos de la habitación 505. Veo tiradas bajo la cama las medias negras que cubrieron lo que fueron tus piernas, lo que fue mi tacto. Aquél lugar será siempre un encuentro y una amenaza bailando en círculos muy apretados.

Quiero cerrar la puerta, no hay aire y tampoco hace frío. Repleto de memoria repaso los movimientos que deseo y estos han cambian: soy otro espectador que ve la función de si mismo con vergüenza y ridículo. Me alejo de la puerta 505. El número da vueltas por mi cabeza como un grupo de corderos rumbo a la muerte.

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