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martes, 24 de marzo de 2009

Un conejo

Mientras todas las cosas encajaban en su sitio, Alejandra sentada frente a mi se alzaba impávida. El destino casual de nuestro encuentro fue una puta formalidad. La nena había olvidado su secadora parisina, no podía esperar menos.
Secadora en mano llegué al lugar acordado, todo normal. La primera mirada somete las piernas alejandrinas al escrutinio de un cirujano, parpadeo, falda corta, labios pintados (de cualquier color), reloj (hermoso), lentes oscuros, brazos descubiertos.

No recuerdo las cosas que pudimos haber dicho pero al estar sentados, por un acto reflejo, alcé la secadora para llevarla justo en la frente de lo que para mi era un conejo enfermo y lleno de miedo. ¡Pum! Exclamé. El conejo no salió huyendo, en cambio emitió un sonido: ¡Eres un pendejo! Alejandra, reluciente, comenzó a insultarme, repasó todos mis defectos. La ilusión de sus ademanes en el aire hizo que tuviera una de mis más inexplicables erecciones, me sentí ridículo. La mujercita perpetraba la paz del café y del mundo.

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