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domingo, 8 de marzo de 2009

presente

Ese mismo día soñé que Alejandra abría una puerta y me abrazaba. Desprovista de todas sus armas, de la risa malévola que algunas veces me regaló, parecía indefensa.
Mientras ella se ajustaba a mi la creí más pequeña, como si algo la hubiera desgastado, en realidad era la falta de luz la que resaltaba mis proyecciones.
Cuando se apartó, pude ver el orden perfecto que ocupaban las prendas en su cuerpo: las uñas pintadas, inmaculadas, las muñecas frágiles y los lunares en su sitio. Usaba todo lo que yo hubiese querido quitarle después de decirle hola, cómo estás.
Se escurrió dentro de la casa y no terminé de entender las palabras que salieron de su boca porque la escena cambiaba. En mi sueño se mezclaban recuerdos reales y fabulaciones. Todas las imágenes eran por tanto más violentas.
La imagen comenzaba con Alejandra y una playera enorme como única defensa de su cuerpo ante el mío, ella entraba a la cama deslizando con cuidado las sábanas. Cuando la sensación estaba a punto de completarse con su cuerpo desnudo rozando el mío, un golpe de tristeza hizo las escenas más normales. Alejandra con las uñas descoloridas, el rostro pálido, semimuerto. Nada había ya del pasado en su cuerpo. Ella se consumía irremediablemente en un presente con olores a vómito.

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