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domingo, 25 de enero de 2009

común y corriente

La tarde comenzó tan gris como siempre. Necesitaba matar por rencor y dinero, dos bueno motivos. Salí resignado, los ojos rojos, las manos frías, odiando la ciudad.
Me sentía enfermo matando sin un motivo aparente y todo parecía vagar por un absurdo, no entendía una tarde de balas sin recibir a cambio los pies de Alejandra, su perfume y lo terrible de sus platillos. Aun así yo caminaba otra tarde y mi trabajo fue sencillo y discreto.
Me quedé escondido, me expuse dispuesto a ver quién descubría al muerto, de pronto tenía ganas de saber qué ocurría después de mis actos. No pasó nada, esperé medio día, escondido, tenso. Al asesinado (un doctor) nadie lo buscó.

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