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sábado, 10 de enero de 2009

Vómito negro

Ya en casa tomé una ducha triste, aquellos mármoles rosas eran la frivolidad decorada de Alejandra, un capricho al que mi baño y mi cartera habían sucumbido. Hubo muy pocos caprichos que disfruté realmente, creo que lo que verdaderamente me producía alegría era poder complacerla, aunque sus peticiones rayarán lo absurdo: llegué a comprar un colmillo de marfil de elefante africano sólo para decorar nuestro cuarto; al recordar esto en la ducha me dio rabia y al mismo tiempo extrañé los días en que mi vida no era una rutina sanguinaria gracias a los disparates y caprichos de Alejandra.

Terminada la ducha, desnudo, fui a la cocina por un vaso y algunos hielos, volví a la sala y frente al televisor comencé a beber.

Pronto, sin darme cuenta, me sentí un poco ebrio y recordé a mi última victima. Por alguna razón había violado las dos únicas reglas que me había impuesto: no usar más de un disparo y sobre todo, no tener mas interacción que el propio asesinato, esto quiere decir que por ningún motivo hablaba o escuchaba a mis victimas. Nunca tuve necesidad de oír lamentos o suplicas por el simple hecho de ser rápido y certero.
Esto lo aprendí matando cerdos, era muy incomodo y desagradable tener que soportar el llanto de un chancho al que no se mataba con certeza. Si el cuchillo no cumplía con el trayecto adecuado aquello se volvía una tortura: el cerdo llorando incansablemente, alborotado, manchándolo todo con la sangre espesa y hedionda.

Mi castigo ahora no era el llanto espantoso de un cerdo, si no el rostro de una victima clavado en la memoria repitiendo un sin fin de reproches, recordándome el por qué del abandono de mi chica y sobre todo generando preguntas inútiles acerca de la muerte.

Para mi matar no es un acto de soberbia, nunca me he sentido más que una victima, tampoco es una labor mesiánica de limpieza, simplemente no sé hacer nada mejor que matar. Nunca he sentido culpas y eso se debe a que no me pregunto muchas cosas, sólo tomo los datos, elaboro un plan de acción y ejecuto como un carnicero que tiene que cumplir con su trabajo.
Sin embargo, ese día mientras la cara del Actor venía a mi envuelto en las ráfagas que me producía el vodka, me sentí algo culpable, sobre todo porque al dispararle tantas veces admití el dolor que Alejandra me infligía, reconocí que ningún disparo me había lacerado tanto como aquellos pequeños labios mordiendo todos los recovecos de mi cuerpo.

Seguí bebiendo, cada trago me embriagaba más y sobre todo me hacía sentir miserable y estúpido, al poco rato vomitaba con fruición los mármoles rosas de Alejandra. Me enderecé, fui al cuarto y extraje mi calibre 22 con silenciador, volví al baño y disparé a los mármoles, fueron las balas más caras y amargas que salían de mi pequeña arma.
Terminé mi cartucho, tiré en el cesto de basura mi arma, volví a la sala, bebí otro vaso y un sueño remoto e incomodo comenzó a llevarse mis miembros y los dos gramos de conciencia que se aferraban al ultimo trago de vodka, eras las 12 del día.

Cerca de las 2 de la tarde, inundado en alcohol, soñé que una serpiente subía por mi pierna; la piel fría del animal me recordaba la distancia que se abría entre el cuerpo de Alejandra y el mío. Yo trataba de matar a la serpiente disparándole proyectiles pero era inútil, dispararle era destrozar mis miembros, era dispararme.
Desperté sólo porque no he descubierto la manera de vomitar dormido, la cabeza me daba vueltas y yo sólo pensaba en Alejandra. Me encontraba sumergido en el borde final de las cosas, ni mi rencor ni mi embriagues tenían otra frontera, era yo y el recuerdo de una mujer con las uñas siempre bien pintadas, con el pelo bien recogido y sobre todo con ropa interior perfumada.

La primera vez que me acosté con ella fue difícil desnudarla sólo por el aroma de sus bragas, muchas noches concilié el sueño durmiendo entre sus piernas, frotando sus suaves bellos púbicos en mi rostro. Ella sujetó entonces mi miembro dormido y no sucedió nada, yo sólo deseaba un poco de calor, un solo gramo de compasión.

El vómito era negro y con ligeros trozos de galleta de chocolate, era todo, no había dentro de mí más que eso. Me dejé caer y dormí sedado, profundamente, el olor de Alejandra aun inundaba mi casa.

1 comentario:

Cristina dijo...

me encanta: muerte, homicidio, asesinato, crueldad, melancolía...y oreo jajaja