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viernes, 19 de septiembre de 2014

El color de la belleza

Me convertí en el hombre más
adinerado del tercer planeta,
comencé a recolectar objetos
extraños de toda la galaxia.

En un arrebato diurno
me convencí de ser el
mejor poeta humano
sobre la Vía Láctea.

Celebré más de mil
noches, en cada una
de ellas cada gusano
hominido declamó
mis mejores composiciones...

Todo sucedía en calma
hasta que Sophía Loren 
atravesó la puerta
y mis ojos demostraron
su miserable estirpe:
frente a mí, frente a mi alma
millonaria y vacía se deslizaban
innumerables fotogramas
con Sophía a blanco y negro,
¿cuándo una mujer sobrepasa el color de la belleza?

Tomé su mano y la froté con el
billete más de grande de la mejor
economía occidental, le dije: Sophia,
última luz de Roma, mi Sophia,
déjame hacer un museo para guardar
todas tus caricias y tus desdenes,
pero que sea en Polanco, me respondió, 
en un italiano que me encantaría no
tener que traducir.

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