martes, 29 de diciembre de 2015

Oda al fin de año de los poetas

Tenemos la costumbre fatídica
de recordar los finales mucho
más que la mitad de las historias.

Tal vez por eso nadie recuerda
cómo era su vida apenas en junio.

Recuerdo que este año también
escribí poemas infumables,
inútiles incluso para los estudiantes
abandonados en el vacío de sus escuelas.

Mi memoria gira para hacer un
recuento inútil de poemas del año 2015:
escribí al rencor de no poder
desatarme de los poemas de 2014,
ocupé mis ánimos para intentar
reconstruirme y me esforcé en
la construcción de un magno poema
que sorprendiera a las multitudes,
un poema sin libro y sin poema,
un poema sin escritor ni lectores,
un exopoema, un metapoema, que
sólo podrían leer los interesados
en la reconstrucción de la lírica oaxaqueña,
esos que dicen que hay que estar
unidos y no crear mafias, aunque el crimen
ya lo llevamos por dentro.

Cuando les pregunten qué hacen los poetas,
los poetas intergalácticos chapulineros,
ustedes podrán decir que se alejan a miles
de kilómetros por hora de sus familias
y de los sueños cotidianos de ser mejores.

Los poetas destruimos los relojes cuando se
acerca el fin de año, recordamos, bajo el
mazo impertérrito de cronos que lo
nuestro es escapar con las manos vacías
de mujer y de buenos deseos.
Este 2015 que agoniza también intenté
escribir un poema triste con el que
todos pudiéramos bailar, el motivo fue
mi primer intento por ligarme a una
señora de 40 años que me miró de
forma perversa en la fila de las tortillas,
su desaliño y su mandil me provocaron
hasta las lágrimas, cómo convencer
a una guerrera de las trincheras del hogar,
ese poema iniciaba con este verso:
“una flor artificial, así es usted, fiestas
Restaurantes, un concierto a las 10,
y al final de esta función, quién sería yo,
un joven y oscuro seductor”.
El rechazo fue inminente, desgarrador,
la mujer cuarentona se quejó de mi
falta de originalidad.

Ahuyentado mí deseo por las cuarentonas,
retomé el camino de los poetas jóvenes,
intenté escribir con metáforas sublimes
y hablé de los muertos, retomé versos
altísimos, ¡Oh Soledad en llamas, páramo de espejos!
Vt melius, quidquid erit, pati! (¡Cuánto mejor es soportar lo que haya de ser!)
Dum loquimur, fugerit inuida aetas: carpe diem, quam minimum credula postero.
(Mientras hablamos, habrá huido celosa la edad:
aprovecha el día, confía lo menos posible en el mañana).
Pero fue imposible, los poetas jóvenes tienen menos
de 25 años y adoran todo aquello que desconozco.

Cercano a mayo conseguí una novia y tuve
la sana iluminación de dejar de escribir,
me dediqué a engordar y a fecundar
a mi amada pareja de los Valles Centrales.
Al abordar los camiones y el transporte
público miraba a todos con el desdén
de saberlos pocas vergas, mi mujer
me afectaba al grado de sentirme dichoso,
entonces vino la hecatombe y tuve la
infelísima idea de engañarla y la poesía
volvió, como aquellas minas que uno
cree que por ocultas nunca estallarán.
Pasaron poco a poco los meses y yo
sólo escribía con mi pobre pito
entre las manos, regañándolo y
sintiéndome culpable. Los pecados
de mi polla también son mis pecados,
me repetía al dormir todas las noches.

Llegó octubre y los temas se habían
agotado, me pareció preciso no volver
a leer más en público, me pareció
adecuado dedicarme sólo a escribir
poemas serios que sólo pudieran
ser descubiertos en bibliotecas
y en tiendas de Educal y de Porrúa,
libros chingones que sólo entendieran
las gentes educadas de escuelas privadas,
poemas que hablaran de lo bello que
es vivir encerrado en un libro sin
que nadie se entere de tu pobre almita.
Poemas de concurso chueco que sirven
para desviar un dinerito pal compadre,
porque él sí lo necesita, porque él sí quiere
ser alguien.
Pero fue un error, una marca en mi frente
acusaba mis bajas intenciones, mis libros
no se vendieron ni ganaron concursos,
cercano a noviembre valió verga la vida
y me dediqué a trabajar y a ver youtube,
dormía con mi laptop encendida a mi lado,
veía videos de todo tipo, pero la poesía
no me dejaba, en las noches soñaba que
despertaba en la playa, rodeado de
versos con cuerpos de mujeres y vestidas
como hawaianas, youtube me estaba
haciendo daño y el trabajo me estaba matando.
Llegó diciembre y yo no dejaba de observar
el internet, aunque ahora todo a mi alrededor
olía a grasa y reventaba de buenos deseos,
me sumergí en la fatalidad de las personas
que carecemos de originalidad y comencé
a escribir un último verso: el poema
escrito no es el verdadero poema, el poema
escrito no es el verdadero poema, como el
taco pronunciado no es el verdadero taco,
como la palabra pronunciable no es

el poema inmutable.

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