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sábado, 13 de diciembre de 2008

los ojos cerrados

La llave abrió muy lentamente, mi casa parecía un territorio ajeno, sembrado de dudas, frío y lleno de moscas.

Sin duda siento tristeza, o algo parecido: vacío alejandrino.
Sólo han pasado cuatro días, me he sentido furioso, insoportable. He tenido que saciar mis impulsos insultando cadáveres; hay cierta libertad que se expande dentro de mí cada que puedo insultar un muerto, patearle la cara sin facciones, contarle cómo su rostro desfigurado ha dejado de ser para mí un motivo de lástima, de consuelo.

Ya en cama trato de dormir, imagino que Alejandra es sometida por un grupo de doctores fanáticos que comienzan a penetrarla por todas partes con agujas, la desangran, la pican, le quitan sangre, pero a ella le fascina, siente que se vuelve uno de esos horribles cuadros de Kahlo, que redime sus culpas y sobre todo se olvida de mi.

Las imágenes se van y tengo miedo, es lo único, miedo.

La noche transcurre lenta, no estoy despierto, tengo los ojos cerrados y doy vueltas sobre la cama que me parece un valle incomodo, ya no pienso, me contorsiono, jadeo, seguramente sudo, ligeros estertores fantasmales emergen de mi, sigue sin pasar nada.

Afuera alguien espera mis balas y es triste, no hay zapatos que comprar, ni caprichos, ni confesiones dolorosas, ni sexo, ni perfumes. Alejandra dejó la casa vacía pero llena de cosas inútiles e inservibles: un refrigerador, una televisión, una despensa, un arma caliente.

1 comentario:

ale valades dijo...

mi esmalte se ha corroido por la sal del mar, y yo...soy tan feliz aqui=0)