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martes, 9 de diciembre de 2008

moscas tristes

Esa madrugada, cuando llegué a casa, cubierto de sangre, Alejandra me esperaba con el televisor encendido y las luces de la casa apagadas. Cuando la vi envuelta en su pijama rosa, con la vista directa en el televisor, la creí poseída por las imágenes distorsionadas y estúpidas, pero esto era producto de la adrenalina de mis ultimas balas disparadas, las cuales me habían salvado esa misa noche del plomo ajeno.

Cuando se percató de mi presencia apagó el televisor y me llamó a su lado. Me quiero ir de la casa, necesito estar sola. Fue lo único que dijo y fue directo al cuarto, comencé a escuchar los cajones abrirse, las maletas golpeando el closet que sólo ella ocupaba.
¿Por qué Alejandra me esperaba para hacer maletas? Antes de hacerme esa pregunta, mientras se levantaba del sofá y caminaba rumbo al cuarto, pensé en todos nuestros mármoles rosas, en la despensa que recién habíamos hecho, pude ver toda la fruta pudriéndose, la cocina llena de moscas y las moscas tristes porque el olor a pólvora y menta ya no existe.

No quise ir a detenerla, no quise decirle nada, en cambio fui a la cocina, tiré la fruta y abrí las ventanas. Cuando salí los ruidos en el cuarto seguían, prendí el televisor y puse el canal del clima. ¿A dónde piensas irte? Alejandra se asomó por la puerta. Me voy a ver a mi madre, le he hablado de ti y tiene miedo.

Esa última palabra, miedo, salió de su boca con una turbación tan terrible que los dos nos dimos cuenta, nos miramos detenidamente; las balas podían salvarme del mundo menos del abandono de Alejandra.

1 comentario:

Cristina dijo...

por lo menos con las moscas no te sentirás solo, como Reinfield jajaja ay Lalo, ya ves? por qué huyes de la polución defeña?