Estacionado, abro los ojos y es domingo. Me despierta el sol y la hediondez de mi casa.
Sin más entro al baño y tomo una ducha. El mármol rosa es una bofetada en el rostro que el agua tibia borra.
Durante varias semanas me he dedicado a matar sin ninguna pregunta, toda la gente suplica con más ahínco desde la caída de los bancos y el destape de la crisis, de la cual no me percataría a no ser por la televisión y el abandono de Alejandra.
Últimamente he tenido que lidiar más con las letanías de mis victimas, pero, debo ser sincero, llamarle victima a una cabeza perforada por una bala de 9mm es demasiado, procuro llamarles por un nombre: la última tarde maté a un actor de cine y decidí llamarlo El actor.
Su último papel fue de marica, quería felarme para dejarlo libre y fue difícil decirle no, pero no por sus labios ficticios, si no porque su mirada era un paralelo masculino a la de Alejandra. Mientras mi arma lo apuntaba, no podía dejar de ver sus ojos como una replica del mes que había pasado comiendo mal, durmiendo solo, oliendo a pólvora, dejando la casa a merced de la desidia y el abandono alejandrino.
Hincado frente a mi, rogando, preguntando el por qué, abriendo la boca, tratando de bajarme el cierre, babeando, desfigurado, el actor pasó sus últimos segundos de vida (tan fugaces y patéticos como los treinta y cinco años que ya había vivido).
Gasté doce balas para matarlo y creo que fueron pocas. Cada proyectil era algún dolor escondido en mi cuerpo, algún conflicto no resuelto con la boca de Alejandra…
2 comentarios:
que bueno es tenerte aqui aunque sea uns días.
te quiero!
Deje de matar y vaya en pos de la búsqueda alejandrina!
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