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lunes, 27 de agosto de 2012

Zwiebel


                                                                                                    A Sarah Zwiebel

No he sabido nada de Alejandra desde las últimas palabras que usó para disparar sobre mí. No volví a contestar el móvil y también mudé de piso, se puede vivir tranquilamente siendo un matón en este lugar.
Recorrí algunos lugares sin poder asesinar a nadie, pensando en los celos alejandrinos, en sus tormentos nocturnos. Su vida, su miserable hermosura, ahí me quedé yo, bala encarnada en otro cuerpo. Así que mi arma dejó de hablar, dejé de sentir el hormigueo natural de mi índice derecho. Entonces era un matón deprimido y la ciudad no me extrañó, la cuota regular de cadáveres seguía surtiendo las morgues, los puentes. Sólo comía pan de cebolla bajo en grasas y queso panela. Me gusta esa sensación insípida que guardan esos dos alimentos juntos, no me creo que puedan nutrirme.
Vivo en una casa rodeada de árboles, es una casa con cinco habitaciones, no tengo muebles ni las cosas normales que podría caber en una casa de ese tipo: tres hijos, dos perros, un par de autos, una mujer para mis hijos, tres mujeres más para mí. En cambio veo todas mis municiones, no tengo que tocarlas para saber que están frías, sé que quieren decirme algo.

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